Una comedia involuntaria

SEÑORITA JULIA


La primera vez que conocí a la Señorita Julia fue en un salón durante la clase de Historia del Teatro, el texto es un clásico y obligado referente en cuestiones teatrales y cómo no: se trata de la pluma del gran dramaturgo sueco August Strindberg plasmando la vida de una mujer que por cuestionar su entorno social y económico sucumbe a sus deseos.

Fotografía otorgada por la compañía

Como público uno de los grandes placeres es asomarnos a la vida de los otros y si esos otros resultan personajes en medio de contradicciones de su sociedad la cosa se pone buena, o eso se supone. La otra noche bajo la lluvia, asistí a Señorita Julia recién estrenada en el Teatro Milán bajo la dirección de Martín Acosta y con las actuaciones de Cassandra Ciangherotti, Rodrigo Virago y Xóchitl Galindres. 
Digo bajo la lluvia porque el marco era ideal, en esas noches uno está vulnerable, dispuesto y qué mejor que encontrase con un clásico, pensé. Me reencontré con él, después de haberlo visto en varias ocasiones en nuestros escenarios, porque Señorita Julia es una de las obras más representadas de su autor (la otra es El Pelícano). 
Quedé perpleja. La anécdota: Señorita Julia (Ciangherotti) es una joven aristócrata hija de un Conde; durante la noche de San Juan, entre bailes y cervezas seduce al mayordomo de la casa Juan (Rodrigo Virago) quien tiene una relación con Cristina (Xóchitl Galindrés), la cocinera. El encuentro entre los personajes terminará en la muerte. 
La lectura que la dirección propone convierte a la obra en una comedia involuntaria donde los personajes pierden estructura y peso. La acción se desarrolla entre las caballerizas, los patios de la casa y la cocina.  La escenografía es un gran mural de palmeras y monos en color verde, una representación que, sin duda, alude la Noche de San Juan, fiesta cristiana que celebra del solsticio de verano. La plástica no alimenta la escena, es tan contundente que dificulta la ubicación de los personajes y los diversos lugares por lo que transitan se desdibujan. 
En el escenario también vemos una pileta donde ocurre de todo: los personajes preparan bebidas, comen, se bañan, se lavan la boca y hasta sumergen a un canario; si se trata de un espacio que vincula la vida cotidiana y las pérdidas de los protagonistas, al final se convierte en un lugar multiusos donde uno no desea acercarse. 

Fotografía otorgada por la compañía

En Señorita Julia (escrita en 1888), se plasman las grandes preguntas y contradicciones de la sociedad burguesa, la convivencia de los hombres y las mujeres, la emancipación; se trata de una obra de Strindberg precedida por el trabajo de Ibsen con Casa de Muñecas, lo que la situó en el teatro moderno de la época, que mantiene -como todas las grandes obras-  hasta nuestros días una tremenda vigencia, porque cuestiona el papel de cada uno en la sociedad, nuestra comunidad.
Aquí los personajes se enfrentan, Julia seduce, tiene la batuta y entabla una lucha de poder con su sirviente Juan quien constantemente la cuestiona y le advierte del peligro de ponerse a su nivel. La noche que vi la función el duelo no sucedía. Sí, los deseos de Julia eran claros al inicio, por ejemplo en su primera entrada cuando busca a Juan para bailar o cuando le ordena besar su zapato. Se le ve decidida, conforme transcurrió el tiempo su fuerza se desvaneció tal vez porque se mantuvo siempre en un mismo nivel, a mi me pasó que dejé de seguir sus deseos.
Juan es un personaje que transita entre dos mujeres, juega a ser dominante y dominado, el amor y la pasión son una moneda de cambio para sus intereses. Al inicio del montaje se le ve contrariado por la seducción de Julia, en momentos como su primer encuentro, cuando besa su zapato, o al intentar protegerla del escándalo; en esos momentos Rodrigo Virago lo hace bien, pero cuando el personaje le requiere una mayor profundidad se queda en la superficie y de un momento a otro se convierte en el ser más malo del mundo, justo cuando apunto de huir juntos, desprecia a Julia por no tener dinero. La escena pierde peso. 
Por su parte Xóchitl Galindres como Cristina, da vida a una cocinera discreta, cristiana que sabe exactamente cuál es su papel en la casa, dormita y es sonámbula. La actriz es mesurada y realiza acciones a las que no se le ven sentido, por lo menos en la función que presencié, por ejemplo preparar una bebida verde que requiere todo un ritual y de la cual no quedó claro su uso en la obra o tallarse las manos en medio de un sueño, una acción que se relaciona más con Lady Macbeth y su culpa, que con una Cocinera que al final saldrá vencedora, pues es el único personaje que se salva. 
Digo que la función se convirtió en una comedia involuntaria porque los elementos de la puesta jugaron en contra de los actores, en específico, la escena cumbre cuando Julia y Juan se acuestan. La transgresión es representada por dos faunos que beben y danzan, mientras caen sobre ellos kilos de arroz que salen de compartimientos situados en las paredes. Para dejar salir el arroz es necesario que abran pequeñas puertas que esa noche se atoraban y tambaleaban la escenografía. Escenas después el arroz no dejaba de caer en la cara de los actores quienes se notaban desconcertados, combinado con el desarrollo de la trama y las acciones, el montaje perdió su esencia. 
Señorita Julia apenas arranca temporada, la traducción es de Ilenana Villareal, la iluminación de Matías Gorlero, el vestuario de Eloise Kazan, la producción ejecutiva de David Castillo y Raúl Morquecho y la realización de escenografía de Macedonio e Iván Cervantes. 



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