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Algo en Fuenteovejuna


Tengo hambre, tengo un vacío en el estómago y me siento a escribir sobre “Algo en Fuenteovejuna”. Entre el ir y venir de mis pensamientos, repasando mi memoria, me pregunto ¿inicio el texto abordando la trayectoria del director Fernando Bonilla?, ¿de la obra de Lope de Vega?, ¿voy a comer algo y vuelvo?, ¿es hambre lo que siento?, y es muy probable que no. Lo que siento en el estómago es el golpe de responsabilidad que me provocó la obra; porque “Algo en Fuenteovejuna”, también es algo de nuestro México de hoy.

Como director Fernando Bonilla ha estructurado puestas en escena permeadas de un punto de vista crítico hacia nuestra identidad y sociedad, su trabajo está madurando y prueba de ello es, justamente, el montaje de “Algo en Fuenteovejuna” producido por la Dirección de Teatro de la UNAM.



La anécdota está basada en el clásico de Lope de Vega: el relato de una comunidad que harta de los abusos del poder decide tomar justicia por su propia mano. Bonilla la adapta a nuestro entorno situando la acción en un poblado del centro de nuestro país azotado por el crimen organizado y el narcotráfico; pero no se trata  de un lugar allá lejos de la CDMX, en realidad nos habla  de todo nuestro territorio, aunque no nos guste y no lo queramos ver.

En términos generales la adaptación de Bonilla es acertada, logra mantener la intención del texto original escrito por Lope durante el Siglo de Oro Español, insertando el verso y la prosa. El material dramatúrgico está en manos del equipo actoral integrado por Héctor Bonilla, Francia Castañeda, Carlos Corona, Ricardo Esquerra, Juan Carlos Medellín, Malcolm Méndez, Patricia Ortiz y Valentina Sierra, quienes asumen la propuesta. El conjunto se mantiene a flote lo que es un acierto de la dirección pues cuenta con energías y niveles de desempeño diversos.

Una de las piezas claves del montaje es Héctor Bonilla quien da vida a un activista inspirado en José Manuel Mireles. El espíritu, la sed de justicia, el miedo y el riesgo alimentan al personaje, Héctor Bonilla está realizando un trabajo extraordinario, desde la calma nos deja ver a un héroe que -silenciosamente- nos reclama nuestra comodidad de espectadores y no sólo teatrales, también como mexicanos.

Su contra parte, el “Comendador” es encarnado por Carlos Corona quien tranquilamente construye a un asesino sin tregua, lo justifica y le creemos; lo hace tan bien que hasta podríamos  comprenderlo y siempre da miedo justificar la babarie. Una de las mejores escenas de la puesta es el encuentro entre ambos, cara a cara y fumando un cigarro.



La escenografía e iluminación de Tenzing Ortega; el diseño de vestuario, de Libertad Mardel; el Multimedia de Gabriel Zapata Z, la Música original y  el diseño sonoro de Leonardo Soqui, las Máscaras de Giselle Gutiérrez y Tatjana Jandova Vacova de Condeova y la asistencia de dirección de Miguel Alejandro León, conforman el equipo creativo que trabajan en un solo sentido.

En el montaje Fernando Bonilla integró escenas donde representa al poder presidencial, las preocupaciones políticas de los políticos y la indiferencia a la que nos tiene sometidos las redes sociales, refugio de reacciones y el no compromiso. Dichas escenas son presentadas a manera de prólogo y epílogo, en contraste con el resto del montaje resultan largas y debilitan el discurso central, sobre todo la última cuando hemos sido testigos del hartazgo que mueve nuestra memoria de corto plazo y nos provoca hambre de justicia.


Realizado por Carmen Zavaleta.

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