Ácida, disfrutable, provocadora



La divina ilusión



Medea y la Virgen María son iguales “ambas sacrificaron a sus hijos por pasión, sólo que María lo sabía desde el principio”, así es la dramaturgia de Michel Marc Bouchard, ácida, disfrutable, provocadora. Lo conocí en el 2000 bajo la mirada de Boris Schoemann con el estreno de Los Endebles; aquel montaje no sólo dio nombre a la Compañía, la historia y la pasión de esos hombres abrió puertas; a mí me confrontó con la religión, el poder y sus juegos, estoy segura que lo mismo ocurrió con otros espectadores.

Afortunadamente la pluma de Bouchard ha sido editada, traducida e impulsada en nuestro país bajo la mirada de Schoemann y su incansable trabajo. La más reciente complicidad de los creadores es La divina ilusión, un texto que nos deja en claro la responsabilidad de la denuncia a través de la creación artística, lo más sorprendente es que lo único que necesita para hacerlo es el teatro.

Sí, porque Schoemann se apropia de la historia con un montaje en el que la ficción se construye a través de elementos tradicionales significados por las acciones de los personajes y sus necesidades, resultando en un trabajo entrañable, de esos que uno extraña y que sólo requieren de la convención escénica para ser.

La anécdota parte de un hecho real ocurrido en noviembre de 1905 cuando Sarah Bernardt debutó en Quebec. En ese momento la iglesia ostentaba el poder ante una sociedad en su mayoría católica y repudió la presencia de la actriz. La gran Sara respondió retando al arzobispo; la gran Sara habló y la tierra tembló ante sus críticas y cuestionamientos.



En la acción un joven y acaudalado seminarista, amante del teatro espera el arribo de Bernardt; al mismo tiempo recibe la llegada de un nuevo compañero en el monasterio. El encuentro, inevitable entre los personajes, pone en entre dicho la fe y la entrega que son avasalladas por la supremacía de cada uno.


El texto es contundente: explora los privilegios de la iglesia, la abundancia económica, expone a la burguesía, la explotación del trabajo de mujeres y niños, las negociaciones, la seducción y los deseos deprimidos. No deja títere con cabeza, critica a quienes desde la comodidad de una butaca denuncian de lejitos, sin arriesgar nada; todo con un humor ácido que es capaz de congelarnos la sonrisa.

El equipo interpretativo es diverso, llama la atención el número de integrantes sobre la escena, once actores en total con diferentes formaciones y que logran un trabajo casi homogéneo resultado de la mano de la dirección. El desarrollo de sus personajes es claro, construyen, nos permiten disfrutar y divertirnos, atrapan al espectador.

La divina ilusión es un juego, después de verla aún me pregunto ¿a qué corresponde el nombre?, a ¿lo glorioso de Sarah Bernardt?, ¿al espejismo de la religión?, ¿al efecto de la creación escénica?, ¿al sueño de una madre quien cree que su hijo está a salvo en la iglesia?, estoy segura que a todas, de eso se trata el teatro. No se la pierda.




                                                                  Realizado por Carmen Zavaleta





Comentarios