Un trabajo que merece continuidad




Poner el grito en escena. Dirección Gritadero 



Gran parte de los seres vivos de este planeta, al nacer, ponen en evidencia el imperativo natural de su especie. Muchos peces llegan al mundo coleteando listos para nadar; la mayoría de las aves, aletean al salir del cascarón, el caballo se pone de pie, empieza a andar… ¿Pero entonces, cuál es el imperativo del infante humano cuando es arrojado a la vida? ¿Qué puede hacer esa larva no terminada, sin dientes, incapaz de defenderse o alimentarse por sí mismo? Qué otra cosa sino expresar la angustia por el medio que sea posible. Ponga atención a un recién nacido y verá que lo que marca su entrada a este mundo es esa determinación de lo humano, su lenguaje; abrirá la boca, jalará aire y en la forma de un grito, expresará lo amorfo y amargo de su experiencia al devenir carne viva y lo que sea que sea esa otra cosa inexplicable que se asemeja supongo yo, a la consciencia.


El texto del dramaturgo senegalés Guy Foissy propone una distopía que pone en crisis esta condición humana. En una sociedad que de hecho, no es tan distinta de la contemporánea, pero aparentemente, en un futuro próximo, por alguna desconocida razón, se han prohibido los gritos. Tres mujeres esperan al autobús que las llevará hasta el gritadero público, uno de los pocos espacios donde está permitido gritar. Empero, el autobús se retrasa y el imperativo empieza a hacerse presente cada vez con mayor fuerza, a tal grado, que sus cuerpos, incapaces de contener sus gritos, se transforman en una especie de metáfora de los mismos. El espacio es un punto de encuentro, no la parada de autobús, como se esperaría en un planteamiento normalmente apegado al texto, una decisión interesante por su simplicidad y por lo que significa dicho símbolo, utilizado por lo regular para las emergencias y desastres naturales que requieran la evacuación de un sitio.

La síntesis coreográfica lograda por este equipo de creadores, bajo la dirección de Analie Gómez, nos hace viajar de forma intermitente, de un extremo en donde la crudeza del cuerpo y del alma en búsqueda de su libertad y desahogo, denuncia una sociedad de represión y monotonía ineludible, a otro de deyección absoluta. Es un acierto que se disfruta muchísimo, en conjunto con uno de los valores más potentes de esta apuesta, el trabajo físico-actoral de Mónica Bejarano, Patricia Collazo y Kerygma Flores. La poética coreográfica del cuerpo y la voz es por momentos poderosa, casi virtuosa, pese a que en otros, algo confusa y ligeramente, desorganizada. En lo personal me pareció un poco difícil conectarme con cómo está planteado al inicio el juego, pero esto es superado rápidamente por el trabajo del montaje en su totalidad. Desesperación, enojo, risa y angustia. Todo esto me hizo pasar este montaje en el que eventualmente conocemos las situaciones en las que viven estas tres mujeres y las razones por las que quieren gritar.
Esta puesta en escena es resultado de un laboratorio de investigación donde los miembros del equipo se lanzaron a la profundización del teatro-coreográfico, realizado durante la Maestría en Dirección escénica de le ENAT. Un trabajo que merece continuidad y que merece su atención cuando sepa que tiene temporada en algún espacio.
Realizada por Daniel de la O





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