POR Verónica Mastachi
Girasoles en la Luna es la historia de un niño con un sueño
que parece perdido. O podrían ser muchos sueños, dependiendo del enfoque con
que se mire su situación.
Ambientada
en una realidad desolada, esta puesta en escena clown intenta sensibilizar al
público ante las desgracias que experimentan las infancias y las formas tan
particulares en las que los niños manifiestan su sentir ante la vida.
Tristán pide por la paz, buscando compañía en lo poco que le queda y en las sobradas personas que aún sobreviven a un mundo acabado de destruir por intereses que ven por todo menos por el bienestar de la gente.
Busca
agua para él y para su girasol mientras añora a sus padres, sabiendo que ya no
están y que al mismo tiempo nunca se han ido. Deambula entre ilusiones,
recuerdos, nostalgias y desesperos. Hace tiempo que ya no es un niño y, sin
embargo, es lo único que puede ser. Es lo que quiere ser.
Sin
maíz, sin mucho por hacer, Tristán recuerda a aquel anciano que le contó que la
tierra fue bautizada como el lugar donde se alivian los corazones. Pero ahora
ya no hay tierra a donde ir a aliviarse. Quizás en la Luna se puedan sembrar
girasoles, piensa Tristán.
Con
baile y acrobacias, con títeres de gran formato, con música entrañable, Girasoles en la Luna nos invita a creer que de los girasoles
nacen los sueños y de los sueños nacen los mundos.
No
se la pierdan si la ven en cartelera y síganlos en redes para estar pendientes
de sus próximas temporadas y presentaciones.
Gracias
a Sandra Narváez por
el apoyo para la realización de esta reseña.
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