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HAY UN LOBO QUE SE COME EL SOL TODOS LOS INVIERNOS

Por: Carmen Zavaleta

Gibrán Ramírez Portela es un As, su trabajo como guionista y dramaturgo crea imágenes que nos llenan de preguntas y sutilmente nos obliga a querer conocer a sus personajes, sus razones para accionar y entender sus deseos (si acaso fuera posible entenderlos), esta semana uno de sus textos más difíciles, seductores y perturbadores está de regreso en nuestros escenarios: Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos.

Fotografía: Rosa María Teixidor


La obra fue ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido UANL 2012, y las razones no faltaron:  la anécdota se centra en una familia integrada por los hermanos “Leo” y “Ham” quienes junto a sus padres “Dago” y “Elba” tratan de sobrevivir a sí mismos y sus fantasmas, buscando cualquier vestigio de amor que los mantenga unidos. Poco a poco el hogar se va perdiendo y los personajes se sumergen en la soledad, el vacío y la muerte.

La estructura del texto plantea imágenes que transitan entre el presente, el pasado y los sueños, ubicando a los protagonistas en un no- lugar que puede ser desde nuestra ciudad hasta Siberia; lo que es seguro es que se trata de un sitio frío donde los seres humanos son capaces de comerse unos a otros, tal vez sea un pueblo o tal vez sea nuestro propio interior.

                                                    Fotografía: Rosa María Teixidor

El material es arriesgado, conocer el texto es una de las mejores experiencias de nuestro teatro y montarlo es un gran reto. Hace una semana Teatro en una cáscara de nuez estrenó la obra bajo la dirección de Cristian Magaloni, el resultado es dispar, pero la historia pasa por su sólida estructura.
En la propuesta escénica, Magaloni decidió situar a los personajes enfrente de una pecera de acrílico que ocupa el largo total del escenario del teatro en el que se lleva a cabo la temporada.

La pecera pretende funcionar como la casa, la cárcel o el exterior del hogar; no estoy segura de que la escenografía sea la adecuada. La presencia de la estructura es abrumante (casi como el interior de los personajes); sin embargo, es pesada y la opacidad de las paredes impide ver a los actores y los músicos que todo el tiempo se encuentran presentes al fondo de la escena; mientras que en el proscenio las acciones de los protagonistas se limitan hacia el frente.
Del trabajo actoral sobresalen Roberto Beck como “Leo”, quien da vida a un hombre atormentado que puede ser capaz hasta de asesinar para equilibrar su universo. Roberto trabaja una gama de emociones en las que conviven la furia, el amor a su familia y la contradicción. Lo mismo sucede con “Ham” quien pese a su voluntad se convierte en el cómplice de su hermano y debe luchar por conservar su independencia y tranquilidad.

                                                      Fotografía: Rosa María Teixidor

En la historia interactúa un “Policía” interpretado por Julio César Luna y lo hace muy bien. El actor conoce el tono exacto del personaje y su corporalidad, él no tiene prisa y su presencia es el contra ideal para “Leo”.

Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos tiene una corta temporada en el Teatro La Capilla, el elenco también está integrado por Pilar Ixquic Mata, Arnoldo Picazzo y Assira Abbate. La producción es de Ángela Pastor, música original de Natalia Pérez Turner y escenografía e iluminación Miguel Moreno.



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