Amor incondicional, miedo a la muerte, sacrifico por la familia, prestigio perdido

Casa de muñecas




La otra noche en el teatro me acordé de mi tía abuela Sixta, mujer que nació en los Altos de Jalisco en 1917 y que dejó este mundo a los 98 años. Sixta era amorosa, fuerte y soltera empedernida, porque así lo decidió, porque en sus años de juventud casarse significaba pedirle permiso al esposo para hacer cualquier cosa y se negó. Ella nunca pediría permiso y viviría su vida bajo sus propias leyes. También vinieron a mí las voces de mujeres que exigen justica, de los debates feministas, de las mujeres contra las propias mujeres, del acoso, del poder; temas importantes y complicados que alimentan nuestros días y re- construyen nuestra identidad. Creo firmemente que cuando una puesta conecta al espectador con el universo que lo rodea, el trabajo escénico cumple su objetivo: comunicar.

La versión del director Mauricio Jiménez a Casa de Muñecas está en ese camino. Entre muchas otras cosas, la pluma de Henrik Ibsen nos regaló a Nora quien regresa al escenario en esta adaptación, con la traducción de Paulina Barros Reyes Retana.

La noche de Navidad Nora y Torvaldo Herralde celebran el nombramiento de él como el nuevo director de un banco, el mundo tiene sentido y es maravilloso: hombre exitoso unido al ama de casa ideal. Esa misma noche se descubre que Nora ha guardado un secreto por doce años, un préstamo solicitado para salvar la salud y vida de su esposo, evento que pondrá en entre dicho la felicidad de la pareja y su familia.

De la mano Gabriel Pascal, Mauricio Jiménez sitúa a los personajes y sus acciones dentro de una enorme jaula de pájaro. La metáfora se convierte en una fotografía cínica del poder, el más fuerte se regodea con el encierro de todo lo que considera su propiedad, sea una esposa, una familia, una posición social.

Del desempeño actoral, le comento que hace varios años no veía a Andrea Salmerón como actriz y me sorprendió, celebro que retome su formación (en este montaje también es la productora, labores exigentes por separado y que unidas merecen el reconocimiento, son toda una faena).

Andrea da vida a una Nora consecuente, que se pasa de una resignada “ardillita” a un ser humano con decisiones propias, poniéndose y quitándose los zapatos cuando la realidad la avasalla.
Fotografía de Jorge Salgado Ponce

Dado el momento que vivimos en el montaje existía el riesgo de que durante las últimas escenas (cuando la protagonista decide rebelarse), se cayera en el panfleto, no sucede. La actriz aborda el discurso final sin banderas exacerbadas y sí con convicción, delgada línea que se agradece.

Créame, como Torvaldo Herralde Moisés Arizmendi se adueña del escenario está cómodo, cariñoso, encantador y a la vez detestable. El personaje transita entre la ternura y el sadismo, demuestra hasta el último momento que lo único importante es él y su bienestar. Su trabajo se construye de pequeñas acciones escénicas fumar, beber una copa, caminar sin aspavientos, como dueño y señor, hasta que sus últimos gritos de “¡Nora!”, ¡Nora” lo dejan desvalido y a nosotros satisfechos.

Erando González interpreta al Dr. Robles, Olga González a Cristina de Linde y Francisco Mena al abogado Conrado Cruz; cada uno representa aspectos íntimamente ligados a la existencia: el amor incondicional, el miedo a la muerte, el sacrifico por la familia, el prestigio perdido. En general el trabajo actoral está nivelado.

Me llamó la atención el marcaje. La enorme jaula en la que ocurre la acción tiene una ventana donde continuamente los personajes se sitúan frente al público. La posición me recordó las telenovelas, con aquellas imágenes donde la vida de las familias es irreal, aparente, superficial y que se rompe cuando ya no es posible seguir fingiendo.


Realizado por Carmen Zavaleta 




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